Se separa definitivamente de la Iglesia cuando tras el Concilio Vaticano I se da cuenta que catolicismo y progreso son incompatibles. En ese momento comienza la búsqueda de lo que llamó la “Iglesia Universal”. Desde ese momento hasta el final de su existencia se mantuvo considerablemente apartado de la vida pública.
En 1871 se adhiere a Salmerón por la defensa de la legalidad de la Internacional, también ocupó durante cuatro años el cargo de Presidente de la Sociedad Abolicionista Española.
En Enero de 1874 comienza a redactar su Memoria Testamentaria, concluyéndola el día 1 de Mayo del mismo año, cinco días antes de su muerte.
La Memoria Testamentaria marca las bases del cristianismo racional, su base es la moral cristiana pero compatibiliza esta con la libertad y la razón.
Fernando de Castro fallece el 5 de Mayo y ordena en su Memoria cómo
quiere que sean sus honras fúnebres. Se trata de una ceremonia
civil en la que participan entre otros, Giner de los Ríos, Juan
Uña (leyendo los mandamientos de la humanidad de Sanz del Río)
y Ruiz de Quevedo.
Hoy en día, afortunadamente, nos resulta cotidiano y absolutamente
normal, el hecho de que todos los ámbitos laborales cuenten con
un, cada vez, más elevado porcentaje de mujeres ejerciendo su profesión.
No nos paramos a pensar en ello, pero en realidad dicha situación
ha sido en términos comparativos, muy reciente.
A nuestro tesón por hacernos cada vez un hueco más importante
en la sociedad se une la participación o mejor dicho, la existencia,
de personajes históricos que nos ayudaron a romper barreras
y a despegar en un momento en el que el género podía
llegar a condicionar totalmente el desarrollo de una existencia.
Una de estas personalidades es Fernando de Castro, personaje controvertido, que en un momento determinado de su vida comprendió que el comportamiento social y cultural hacia la mujer debía cambiar. Nos encontramos en pleno siglo XIX, en España, y al contrario que en otros países europeos, el desarrollo de determinadas actividades en pro de la mujer, resultaban, cuanto menos, novedosas.
Fernando de Castro fue sacerdote, aunque acabaría colgando los hábitos, Vice-rector del Seminario de León, Capellán de Honor y Predicador Mayor de la Reina Isabel II, Catedrático y Rector de la Universidad Central, Académico de Historia, Senador, Caballero de la Real Orden de Carlos III, fundador y presidente de varias instituciones como las dedicadas a la abolición de la esclavitud y, sobre todo, por su importancia, la Asociación para la Enseñanza de la Mujer.
Este magnífico bagaje intelectual y profesional junto con la singularidad del mismo hace aún más destacable la labor de Fernando de Castro. Efectivamente, podríamos afirmar que Fernando de Castro fue el gran propulsor de la liberación profesional de la mujer a través de un arma fundamental: la cultura; y a ello consagró gran parte de su vida.
La mujer del siglo XIX pocas oportunidades tenía de abrirse camino en la vida si no contaba con la seguridad económica y social que podía ofrecerle el matrimonio. Este hecho es el que preocupa a Fernando de Castro, y principalmente, aunque en un principio pueda parecer desconcertante, se muestra aún más preocupado por el destino de las mujeres de las clases sociales más elevadas. En efecto, las mujeres de condición más humilde, al menos podían optar al aprendizaje de algún oficio, como por ejemplo el de costurera, cocinera, labores agrícolas e industriales, etc. (aunque siempre trabajos duros y mal pagados), sin embargo, son las mujeres pertenecientes a la burguesía y a la aristocracia las que se encontraban con mayores problemas a la hora de lograr, en un momento determinado de su vida, una cierta independencia. El nivel cultural femenino dentro de este sector social era alarmantemente bajo; este hecho unido al encorsetamiento de la época que impedía de manera subliminal el aprendizaje de oficios a estas mujeres, producía que para ellas la única salida posible fuera el matrimonio y en el caso de que estas carecieran de belleza o dote suficiente, el convento.
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